lunes, noviembre 24, 2008

Muerte

De pie, a mitad del sendero, fija la mirada sobre la lejanía, espera. El frío cala hasta la médula de los huesos. Los dientes castañean, ligera lluvia gélida que trae consigo el viento, lacera la piel. Espera. La soledad es lo único que parece florecer, sepulta sus sólidas raíces en el fangoso suelo, cubre cada espacio para finalmente trepar por los tortuosos árboles y saturar el aire con su sórdido aroma. Algo atrae su atención, frunce el entrecejo a para visualizar mejor. Agudiza el oído. Nada. Sólo sus dientes y la lluvia rompen el silencio. ¿Cuánto tiempo lleva esperando? No lo sabe, pueden ser horas, días, tal ves años. Quiere acabar con esto, acortar la espera, pero permanece inmóvil. * * * Cuando llora la sirena. (Década de los setentas) ¿Cómo lo ve, Doña Consuelo? – pregunta la madre angustiada. Huy hija, mejor ve dándole los Santos Óleos- responde la anciana. Entre sollozos envuelve a la criatura en una frazada, sale corriendo a la calle, donde la soledad del pueblo le hace sentir aún más su angustia. Observa, nada ni nadie. Ahoga el llanto. Seca sus lágrimas al ver aproximarse uno de los pocos autos que hay en el pueblo, los cuales pueden contarse con los dedos de una mano. ¡Mi hijo! – La voz desesperada hace comprender al conductor la gravedad del asunto. Dos horas y media después, el auto se estaciona frente al nosocomio. Después valorar al infante por varios minutos, la respuesta de los médicos atribula aún más a la madre. Lo sentimos, el estado del niño es crítico y no tenemos los medios adecuados para ayudarlo. Es necesario que lo lleve a otro hospital – le comentan- Ya pedimos una ambulancia. Instantes después, se alcanza a oír en la lejanía el llanto de la sirena, se acerca. Los neumáticos rechinan con violencia, una enfermera arranca la criatura del cunero y lo entrega a la madre al tiempo que le grita: ¡Corra señora, corra! Las puertas del hospital se abren de par en par, por los médicos que también le gritan: ¡Corra señora, corra! Detrás de las puertas puede ver como la ambulancia aún sin detenerse abre sus puertas, un paramédico asoma y grita: ¡Corra señora, corra! Las puertas se cierran, apagando los últimos gritos de los médicos. Las puertas de la ambulancia se abren súbitamente, apenas se asoma le arrebatan al niño, el cual ya ni siquiera llora. Ahí fue donde Hilaria Valverde comprendió, que según suenan las sirenas, es la emergencia. * * * El camino es custodiado por árboles milenarios de brazos angustiosamente contorsionados como atormentados por invisible verdugo, doblados bajo el peso de los líquenes, musgo y el tiempo. Diríase que siglos han pasado desde han echado la última hoja. La mirada posa sobre los pulidos guijarros del camino. Se pone en alerta, allá al final del camino, hasta donde la vista alcanza, aparece una figura. La lluvia y el viento arrecia. * * * Agua (Década de los ochenta) Azul, azul como el cielo después de una noche de tormenta, mañana tan transparente que podría decirse que es uno capaz de ver al viento. Resulta irónico el poder observar esta inmensidad de azul, ante los hechos que están ocurriendo. Recordar ese tono de azul, debería de asustar a cualquiera que haya vivido esa situación, sin embargo pasa lo contrario, trae consigo una calma tan ansiada, casi venerada. Resulta curioso, la gente suele decir que pareciera que el tiempo se detiene, que tiempo transcurre casi dolorosamente, que los instantes que más han marcado la vida de una persona se representan como si se estuviera viendo un película. Pero no sucedió de esta forma, por lo menos en este caso.

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